La ofrenda

¿Qué está dentro de ti?

Con todo lo que has recibido, ¿qué has puesto en práctica? ¿Qué has hecho y para quién lo has hecho?

¿Para el Hombre o para Dios?

Nadie lo sabe, pero cuando te es pedido algo para hacer, o que ayudes a alguien, dentro de ti, reclamas, murmuras, lo haces de cualquier forma, e incluso tienes malos ojos con aquella persona.

Y quién sabe, quizá no lo percibes, porque sólo has pensado en ti misma; estás llena de ti, tan egoísta, que no consigues ver la necesidad de la otra, o sacar provecho espiritual de aquello que te fue pedido.

Has presentado una ofrenda defectuosa a Dios, una ofrenda coja, deficiente, podrida. ¿Te acuerdas de este pasaje?

«Los que estén ciegos, quebrados, mutilados, o con llagas purulentas, sarna o roña, no los ofreceréis al SEÑOR, ni haréis de ellos una ofrenda encendida sobre el altar al SEÑOR. (Lv.22:22)

Porque todo lo que hacemos es una ofrenda. Es mejor no hacerlo, si lo estás haciendo para el hombre.

Cuando haces algo para Dios, de hecho, ¡aprovéchalo! Debes percibir qué es lo que Dios habla contigo.

¡Es muy fuerte! Allí, en algo tan sencillo, tienes experiencias con Dios. Tienes la oportunidad de cambiar, de DESARROLLAR.

Añade, no sólo a tu vida, sino también en la vida de las personas que están a tu alrededor.

Fuerte, ¡¿Verdad?!

Espero que medites y saques provecho.

Un besito a todas.