De Hijos a Padres: Lo que nos diferencia

Viviane Freitas

  • 13
  • Ene
  • 2015

De Hijos a Padres : Lo que nos diferencia

  • 13
  • Ene
  • 2015

Todo ser humano tiene lo que aparentemente se ve: características y personalidades distintas como la forma de ser que, eventualmente, heredó de la familia, de la convivencia con los demás o incluso como el resultado de luchas y problemas que enfrentó.



Estas características apenas nos distinguen humanamente.

Todos los jóvenes escogidos por Nabucodonosor ya tenían algo que los distinguían de los demás. Todos, a los ojos humanos, se destacaban.

Y así, sucede con la fe. En algún punto nos «destacamos». En algo, llamamos la atención de Dios sin ninguna duda.

Pero, ¿qué es lo que hará la diferencia en el transcurso de nuestra vida? ¿Qué es lo que de hecho nos hará destacar en el medio de todos los que son llamados?

¿Será la inteligencia humana, las capacidades físicas, la nacionalidad?

¡No!

¡Son nuestras actitudes de fe! Son las reacciones frente a las circunstancias.

«Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos»
. (Daniel 1:8-9)

Si como hijo o padre se ve en medio de «injusticias», problemas o dificultades, en el seno familiar, académico o profesional perciba en qué contexto se encontraba la vida de Daniel:

– Fue llevado cautivo aún en la adolescencia, apartado de la casa de sus padres, de la ciudad amada: Jerusalén.

– Fue robado y los utensilios de la Casa de Dios fueron sometidos a templos de dioses paganos.

– Su nombre fue cambiado para un nombre cuya referencia daba loores a dioses extraños.

– Sería «obligado» a comer comida contaminada, ofrecida a los dioses.

Pero, todo lo que le hicieron no lo abatió, destruyó o lo hizo blasfemar. En ningún momento, hubo lamentaciones de su parte. Por el contrario, su interior estaba bien afirmado en las promesas de Dios. Fue la total seguridad para colocar en práctica la fe genuina.

El temor a Dios y la confianza se confirma por medio de actitudes, pues incluso con su nombre cambiado; el poseía el mayor Nombre en su interior.

Naturalmente, sabía que esto jamás lo influenciaría.

A veces, alguien nos coloca un «nombre», alguna situación con terceros nos entristece o influencia. Y, nosotros vacilamos, nos olvidamos que nuestro interior es el que debe estar bien afirmado.

Daniel fue temeroso de Dios y audaz para hacerle frente a una orden directa del rey, usando el poder sobrenatural de su fe.

Con su actitud, Dios le permitió obtener misericordia y comprensión por parte del jefe de los eunucos. E incluso, influenció a sus compañeros con su actitud.

Muchas veces no nos permitimos usar la fe en el momento debido. Cuando más precisamos, cedemos, cuestionamos, dudamos. Nos sometemos al yugo de la «fe» emotiva a través de pensamientos, palabras, reacciones. Así, mucho menos influenciaremos positivamente a los demás.

Como en Daniel y en sus compañeros, debe destacarse en nosotros una fe íntegra, sin miedo, sometiéndonos realmente a la enseñanza de nuestros consejeros, padres y «maestros». Y, esto solo se percibe en el momento de la práctica. No hay como probar de otra manera.

¿Será que en el momento de la prueba cedemos o colocamos en práctica lo que aprendimos?

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