20º Día del Ayúno

Espíritu Santo – Libertad

“Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.” (II Co.3:17,18)

Hoy estamos complementando lo que hablamos ayer, sobre darse a conocer.

¡Cuando existe el Espíritu Santo, hay libertad!

En la sinceridad, hay una creencia, una entrega de mi parte, ¡que culmina en libertad!

Cuando me resisto a esta sinceridad y entrega, no me doy a conocer.

“Pero nosotros todos, con el rostro descubierto…”

Que significa descubrir: “Quitar la venda de los ojos; darse a conocer tal como se es; no ocultar nada; manifestar; revelar; poner al descubierto lo que es secreto.”

Observa que el Espíritu Santo dice a la Iglesia: Quien se da a conocer y se revela por entero – sin escondites – contempla, como por espejo, la gloria del Señor. Somos transformados, de gloria en gloria, por Su propia imagen.

Vemos a Dios, desde el Antiguo Testamento, tal como Él es; ¡sin recelo!

Moisés preguntó cuál es Su nombre, a lo que Él respondió: “Diga que Yo Soy.”

Dios se dio a conocer al pueblo de Israel, pero ellos no hicieron lo mismo. Apenas deseaban los beneficios que Dios tenía para darles.

Hay muchas personas que no reconocen Su Gloria, porque no se dan a conocer a Dios, impidiéndolas, así, de disfrutar de Su presencia.

Observa que interesante: Cuando la persona es sincera, se revela exactamente como es, y, descubriéndose, puede contemplar, en ella misma, como por el espejo, la gloria del Señor.

¡Ves en ti misma esa gloria, sabiendo que viene del propio Dios!

Incluso la persona que está en fase de liberación, necesita sinceridad. La Verdad es la luz que disipa las tinieblas.

Pero para algunos, la verdad es una ofensa, porque no desea encarar la luz que todo revela.

Amiga, se transparente como Él es, dándote a conocer.

Donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Si yo creo en ese Dios maravilloso y soberano, ¿por qué los recelos que reconocer lo que soy?

¡No hay qué esconder! Él ve todo.

Pero hay necesidad de que yo lo exponga. Soy yo quien tengo que revelarme a Él, para que, entonces, Dios Se revele a mi con poder.

Porque es con poder, que yo me expongo delante de Él: Yo lloro; soy humillada por mis errores y orgullo. Muestro mi debilidad y no transmito una imagen de poder. Revelo quien soy en realidad, sin apariencia de “religiosa”. Muestro lo que yo creo y que quiero.

¡En la misma medida que doy, recibo!

Y ¿qué es ser sincera?

No es apenas decir lo que siento. La sinceridad está de acuerdo con lo que yo creo, y con aquello que está escrito.

Por ejemplo, hay personas que tienen el deseo de traicionar al marido, y lo dicen, abiertamente, diciendo así que están siendo sinceras. Esto es su deseo; ¡no la voluntad de Dios!

La sinceridad no tiene nada que ver con tus deseos, sino con aquello que está escrito.

Yo voy a ser libre, yo creo, y hablaré la verdad, ¡sin miedo!