Episodio 87 – ¿Por qué lo incomoda tanto?

Episodio 87 – ¿Por qué lo incomoda tanto?

Cuántas veces nos incomodamos con cosas que son muy buenas para las personas.

¿Cómo es eso, Viviane? Imagine ver a una persona casándose cuando usted aún no se casó; ver a una persona alcanzado el éxito cuando usted tiene conflictos; ver a alguien sonriendo o riéndose cuando usted tiene dolores o aflicciones en su alma por todo lo que ha vivido.

Así es, ¿por qué? ¿Por qué lo incomoda tanto? ¿Por qué lo que le está sucediendo a su semejante le incomoda? ¿Qué sucede en usted cuando ve lo que la otra persona tiene, cuando ve que disfruta de algo mejor?

Muy bien, sucedió algo semejante hace muchos años. ¿Usted se acuerda de aquel ciego, el ciego de nacimiento? Así es, él fue curado por el Señor Jesús, pero después de ir al estanque de Siloé, de lavarse el lodo que el Señor Jesús hizo con Su saliva en el suelo para untar sus ojos. Él tuvo su camino, sus dificultades para llegar al estanque, porque había sido ciego desde siempre, desde el día que nació; es decir, tuvo que rebuscársela para llegar al estanque de Siloé.

«Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es este el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: Él es; y otros: A él se parece. Él decía: Yo soy. Y le dijeron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está Él? Él dijo: No sé. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Y era día de reposo cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos.» Juan 9:8-14

¡Qué situación! Jesús hizo esto exactamente un sábado, el día que los religiosos creaban problemas, porque, según la cabeza de ellos, no se podía hacer nada.

«Volvieron, pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista. Él les dijo: Me puso lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo.» Juan 9:15

Los fariseos no se alegraron con la noticia de que el hombre que era ciego ahora veía, porque no era lo mejor para ellos.

«Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión entre ellos.» Juan 9:16

¿Qué es lo que está causando disensión en su vida? ¿Se ha peleado consigo mismo y le ha incomodado el bien de la otra persona que fue curada? Tal vez ella alcanzó un beneficio y a usted no le gustó la manera en la que lo alcanzó, y se siente ofendido por eso. Tal vez ni usted se entiende.

¿Usted dice que es porque no puede ser curada un sábado, así como decían los fariseos? Eso es lo que los fariseos decían, ¿pero por qué les incomodaba tanto que una persona fuera curada un sábado? ¿Acaso guardaban cuidadosamente la ley, al punto de que las personas no podían ser curadas? ¿Eso era un motivo para incomodarse?

¿Qué es lo que lo incomoda tanto?

Tal vez no está incómodo ahora, pero, en un determinado momento de su vida, se incomodó bastante. Tal vez con cosas banales, simples, con una persona bien vestida, con una persona que hablaba muy bien, con una persona bonita, con una persona exitosa, con una persona que tenía buenas condiciones económicas, con una persona inteligente…

Esto es interesante, porque el ser humano se incomoda con ciertas cosas e insiste en otras que ni él entiende muy bien. Algunas características del ser humano cuando tiene un poco de envidia son: se enoja, siente odio, desprecia y habla mal. ¿Y Dios? ¿Quién es Dios?

Dios no ve la comparación o la envidia entre las personas, porque lo que Él quiere es salvar, curar, ser Padre. Dios quiere vivir con esa persona, relacionarse con ella. Sin embargo, ¿cómo se relacionará con una persona que tiene dificultades y no las entiende, o que incluso defiende su pecado? A veces es víctima de una situación en la que no logra ver porque está ciega, pero Dios ve.

El ser humano tiene muchas fallas, muchos pecados, muchas cosas que le hacen mal a sí mismo, pero encarar esto es difícil, no cualquiera asume su condición. Muchos tienen argumentos, se defienden, y Dios los respeta.

De esta manera, se vuelve evidente para nosotros lo que estamos viviendo, cuáles son los hechos de nuestra vida. Hay una incomodidad y el ser humano comienza a decir cosas. Observe:

«Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión entre ellos.» Juan 9:16

¿Ya ha tenido esas disensiones, esas confusiones en su cabeza? A veces usted piensa una cosa, juzga y dice que aquella persona no es de Dios, pero, en realidad, la está viendo con malos ojos, porque, de alguna manera, se siente ofendido por lo que sucedió.

«Entonces volvieron a decirle al ciego: ¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta. Pero los judíos no creían que él había sido ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron, diciendo: ¿Es este vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora? Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego…» Juan 9:17-20

Ellos estaban tan incómodos que buscaron algo contrario de lo que escucharon del propio ciego.

«Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo. Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga.» Juan 9:20-22

En lugar de conmemorar, los padres no expresaron su alegría por miedo a los judíos, ya que volvían un infierno la vida de las personas que no se sometían a su manera de ser y pensar.

Ahora le pregunto: ¿usted ha hablado consigo mismo y ha entrado en un conflicto a causa de algún acontecimiento en el que se sintió ofendido? Es momento de que entienda sus reacciones y vea el problema que está ahí. El problema es que no acepta el bien, pero necesita cambiar esa situación.

Tal vez esto se repite de varias maneras en su vida. Usted no tiene lo que el otro tiene y lo envidia; se siente ofendido por el bien de su prójimo.

Una de las cosas que hacen al ser humano ser infeliz es tener un problema y no tratarlo, tener un problema en su interior y no resolverlo. Ahora bien, todos nos equivocamos, no hay ni siquiera una persona en este mundo que sea perfecta, que no haya juzgado ni envidiado, pero la mayoría de las veces no nos damos cuenta de que tuvimos una reacción equivocada, como la envidia.

No obstante, una persona que se observa a sí misma, que analiza sus conversaciones internas y le presta atención a lo que le incomoda, no acepta ser manipulada por lo que siente.

Aunque en el momento no lo entienda y no lo vea con mucha claridad, llegará un momento en el que Dios se lo revelará por medio de Su Palabra. Usted tuvo la oportunidad de escuchar el mensaje, ¿qué provecho le sacará?

Evalúe todo lo que un día le incomodó, y lo que le ha incomodado recientemente; incluso la última vez que algo lo incomodó, ¿tal vez una envidia sutil? Quizás ha culpado a las reglas, a la ley, pero en realidad es la envidia la raíz de su incomodidad.

Muy bien, usted tiene la gran oportunidad de tratar esa situación; acérquese a Dios, hable con Él.

Si no puede llegar a la iglesia, a ese ambiente de fe, porque su condición es precaria o porque está hospitalizado, hable con Dios ahí donde está, haga que este momento sea santo. Independientemente de dónde esté, aproveche que está solo y hable con Dios, permítale cuidarlo. ¡Usted verá el resultado en su vida!

Escuche y comparta un capítulo más de la serie: ¿Quién es Dios? ¿Quién es usted?

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