LA VERDAD – Episodio 103: Cómo recibir el Reino de Dios

LA VERDAD – Episodio 103 : Cómo recibir el Reino de Dios

Muchas personas desprecian a los niños porque son infantiles, actúan sin pensar y no saben lo que hacen… Realmente, los niños son infantiles, mientras que hay pureza, no hay maldad. Y son fácilmente conducidos, porque no acostumbran a se resistentes al cambio.

Una cierta vez, algunos niños intentaron acercarse a Jesús, observe lo que la Biblia relata sobre esto:

Y le traían niños para que los tocara; y los discípulos los reprendieron.” Marcos 10:13

Me imagino a esos niños que estaban intentando tocar a Jesús. Seguro que estaban tan felices, tan gratas por todo lo que Jesús enseñaba y hacía, que querían al menos tocarlo. Y el niño es así. Tiene esa pureza, no le importa lo que los demás piensan. Quieren expresar lo que viven.

Y los discípulos pensando: “Esos niños no saben lo que hacen. Son inmaduros, van a molestar al Señor Jesús”.

Pero cuando Jesús vio esto, se indignó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios.” Marcos 10:14

Creo que los discípulos no imaginaban que Jesús se indignaría ni que les reprendería. Si usted desprecia incluso a un niño, no le hace mucho caso, referente a su necesidad de acercarse hasta Jesús, no sabe que Jesús aprecia esa pureza y la sinceridad de ellas.

Me acuerdo que, muchas veces, cuando era niña e incluso joven, yo era despreciada por muchos, que incluso se decían cristianos, se decían de Dios, pero me ignoraban completamente, se reían de mi y de mi hermana porque no sabíamos tener maldad, no nos reíamos de las cosas mundanas, porque ni las entendíamos.

Por haber vivido en un hogar cristiano, nuestra convivencia era apenas con personas de la iglesia, nuestra mentalidad era pura. Sin embargo, lo que ayer de burlaban de nosotras, se reían de nuestra pureza, hoy no están en nuestro medio, ya no están en la fe. ¡Observe cómo esto habla con nosotros!

Cuando leí este pasaje aquí de Marcos 10:13, enseguida me acordé de esta escena. Y mucha gente desprecia a los demás por ser así, pero la pureza, la sinceridad y la necesidad de aprender cautivan a Dios, porque no hay maldad.

Gracias a Dios que el proceder de aquellos adultos no interfirió en mi vida. Continué cuidándome y teniendo mucho cuidado con la forma en que miraba. Siempre los respetaba, aún cuando ellos actuaban de forma no tan agradable, pero no veía maldad.

Observe que aunque no le agrade, no tiene nada de maldad, esto es pureza y esto no cambia su forma de ser. ¡Así es la pureza!

¿Ha dejado que la pureza reine en usted? ¿O la maldad?

Qué linda es la pureza, ¿verdad? La pureza es clara, es transparente, es auténtica, es honesta, es sincera, es gentil, es dulce, tiene rectitud, tiene honra, porque no hay suciedad en la mente.

Es tan bonito cuando usted es transparente, cuando es lo que es con Dios. ¡Es tan lindo esto! Porque en lo que usted se permite ser, expresa aquello que quiere.

Recuerdo que una vez, hace unos años, estaba en la iglesia, en aquella mañana de miércoles, estaba meditando en la Palabra de Dios, e hice una lista de cosas que debería hacer, que tenía que cambiar. Y una de las cosas que tenía que cambiar era mi forma de comer. No tenía límites con mis deseos, todo lo que quería comía, no tenía esa disciplina.

Y me acuerdo que una vez, viviendo con otra esposa de pastor, la vi muy disciplinada en su forma de comer, y eso me molestó. No la forma de ella ser disciplinada, sino mi forma indisciplinada.

Y aquel día, aquel miércoles, me acordé de aquella incomodidad y lo puse en mi lista para Dios. Llegando la tarde, en aquel mismo miércoles, merendé. Y una de las cosas que merendé era algo que dije que no iba a comer. Pero lo que había hablado para mi misma, era por Dios, y no quería comer de esa forma que sabía que no agradaba a Dios.

Y ahí, después de haber comido lo que no debería me acordé de lo que había escrito, y me molesté mucho conmigo. Fui a la reunión por la noche, a la iglesia, y en el primer momento de la reunión, el pastor (en este caso mi marido estaba haciendo la reunión) preguntó: “¿Quién aquí no practica la Palabra de Dios?”. En el mismo momento me identifiqué y fui adelante. Porque había escrito una cosa que iba a hacer para Dios, y no lo hice.

Inmediatamente, cuando estaba yendo delante del Altar, ni pensé que era esposa de pastor, no pensé que era hija del Obispo Macedo, ¡no pensé en nada! Pero como fui tan espontánea adelante, vino a mi mente, en aquel momento: “Uy, ¿las otras esposas de pastores no vinieron?” Como si fuese algo simple, que no hay que tener vergüenza, y después entendí: “¡Dios mío, soy esposa de pastor y estoy viniendo adelante por no cumplir la Palabra de Dios!”

En el momento vino ese pensamiento, mientras estaba yendo hasta el Altar, y dentro de mi respondí a aquella voz, que no sé si era el diablo o el orgullo: “Pero es verdad, no cumplí, le dije a Dios que iba a cambiar en eso, ¡y no lo hice!”

Inmediatamente expulsé aquel pensamiento que quería hacerme falsa, impura, con maldad. Y me acuerdo como si fuese hoy, aquel día fue tan especial, yo clamé a Dios con tanta fuerza, con tanta pureza, con tanta necesidad de cambiar, porque es esto lo que un niño hace. Actúan sin pensar en lo que los demás piensen o le juzguen. Actúan de forma real y esto agrada a Dios.

Aquella actitud, al principio, realmente agradó a Dios. Por yo llegar allí, porque no pensé en el título, no pensé en nada, porque en realidad fui muy indignada contra mi pecado ¿sabe?

Tal vez ha sido una persona que siempre da escusas, no asume su realidad. Observe lo que dice Jesús:

En verdad os digo: (puede ser esposa de pastor, puede ser obispo, obrero, miembro, sea quien sea…)  el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” Marcos 10:15

Aquel día marcó mi vida, ¡por qué yo lo asumí! Y siempre que asumo mi fe es un día glorioso, porque el reino de Dios viene sobre el humilde.

El niño es puro, es lo que es. Es auténtico, simple, no tiene vanidad. Simplemente quiere alcanzar su objetivo. Y es esto lo que la fe hace. La fe pura, la fe inteligente, que razona en lo que quiere alcanzar con Dios.

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